Capítulo VIII


La Torre de Propp anunció el fin de las clases y de la semana escolar con su acostumbrada regularidad de vuelta, pero los alumnos aguardaron pacientemente en sus pupitres hasta que el Profesor hubo ratificado las campanadas. Abandonaron entonces el aula en una fila india de la que no podían desviarse hasta llegar al patio o a los jardines del Campus. No fue tiempo perdido, en cualquier caso; los estudiantes aprovecharon el trayecto para encender sus teléfonos móviles y contestar los mensajes de texto recibidos, con una maestría tal que eran capaces de hacerlo sin mirar siquiera la pantalla ni las teclas del aparato.
Rosa se creía diferente al resto de sus compañeros por numerosos motivos, pero nada la hacía sentir tan extraterrestre como el no tener móvil. Nunca le había hecho falta uno, ya que no contaba con nadie aparte de su Gato, sus amigos y sus compañeros de clase para conversar –y todos ellos, excepto Sinclair, estaban internados en la Residencia de Estudiantes. Además, rara vez salía de la Academia, y en cualquiera de sus estancias era fácilmente localizable gracias su fosforescencia rosa. ¿Para qué, entonces, iba a gastar su escaso dinero en un teléfono celular?
El Príncipe, en cambio, parecía no poder vivir sin aquel chisme. Rosa le ubicó en la fila, varios puestos por detrás de ella, completamente absorto en el envío y recepción de mensajes…, y se preguntó si los demás miembros de la extensa Familia Real compartirían la misma obsesión. Se los imaginó deseando a que acabara pronto el posado de una foto oficial para correr a trastear con sus respectivos móviles, y no le pareció una situación descabellada.
La única distracción que sí se permitía Rosa, y a la que comenzaba a estar enganchada, era el libro que esa misma mañana le había jugado una mala pasada. Siguiendo el ejemplo de sus compañeros, buscó la página donde creía haberse quedado; un borrón de tinta azul le indicaría el párrafo exacto donde debía retomar la lectura, cosa que intentó hacer mientras caminaba con los demás hacia el patio, dejándose llevar por ese río de personas absortas, cada una en sus cosas.
La Travesía del Arcoíris parecía ser un callejón sin salida, pues al final no había nada excepto ese extraño edificio al que volví a mirar de reojo. A pesar de su aspecto descuidado, no estaba abandonado mas que al sueño, como si durmiera la siesta a la vez que los habitantes del barrio. Decidí inspeccionar sus alrededores en busca de las Hadas roja y verde –que se habían escondido en algún punto de la calle–, y encontré su rastro en un desgastado cartel colgado junto a la puerta de

EL CALDERO DE ORO
Travesía del Arcoíris, s/n
Horario: Todos los días a partir de las doce de la noche
Propietario: A. Pushkin

Cartelera de espectáculos
Jueves – Rubí y Esmeralda: Hadas de los pies a la cabeza
Viernes – ALICIA y su banda de rock underground
Sábado – Judy en Concierto – CANCELADO

¡Menudo golpe de suerte! No había que ser un genio para suponer que las Hadas roja y verde eran Rubí y Esmeralda, cuyo espectáculo sería esa misma noche. Olvidé al instante mis penurias, pues ya sabía dónde encontrar a quienes iban a decirme cómo llegar a ser un Hada. ¡Y en pocas horas podría hablar con ellas cara a cara!
La fila solía desintegrarse tan pronto los estudiantes sentían el césped bajo sus pies; entonces guardaban los móviles y comenzaban a conversar entre ellos sobre sus planes de fin de semana. Pero el tema estrella de este viernes resultó ser otro bien distinto:
–¿Qué te ha ocurrido? ¿Cómo es que has llegado tarde? –le preguntó Canella en tono maternal…, es decir, afectuoso e inquisitivo a la vez.
–Rosa, no puedes permitirte ser expulsada. ¡Nos tienes muy preocupados! –añadió Demian con paternal enfado.
–El caso es que no sé bien qué pasó. Estuve toda la tarde leyendo, y cuando…
–¡Hola chicos! Querida, ¿tienes un segundo? –interrumpió Iván, que no despegaba la mirada de su móvil ni dejaba de enviar mensajes–. Tengo planes para esta tarde; un coche oficial me espera ya en el portón de la Academia. Por la noche, cuando vuelva, iré directamente a tu habitación, ¿de acuerdo?
–Esto, sí… E Iván, recuerda que hay algo importante de lo que quiero hablarte.
–¡Claro! Hoy podrás contármelo sin falta, corazón. Por cierto, ¡mira qué foto tan divertida he recibido!
El Príncipe enseñó la pantalla de su móvil sólo a Rosa, pues en ella le había escrito un mensaje: “Muchas gracias, amada mía. Intentaré despistar a la Guardia Real para poder pasar a saludarte esta noche. ¡Recuerda nuestro plan!”.
–¡Ja, ja, ja! ¡Muy buena la foto! –La actuación de Rosa fue poco convincente, y su risa difícilmente podría haber sonado más falsa.
–¡Bueno chicos, nos vemos! ¡Pasad un buen viernes! Y hasta luego, mi Princesa…
Iván le dio a Rosa su primer beso –diminuto y veloz– como despedida a aquella conversación y sello del pacto que habían suscrito. Luego salió corriendo (ante la mirada atónita de los Monitores y el meneo reprobatorio de sus cabezas), dejando a Rosa plantada, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, deseando que aquel momento mágico se hubiese prolongado al menos otra fracción de segundo.
–¡Así que es verdad lo que se cuenta! ¡Has dormido con el Príncipe! –dijo Pippi, poniendo voz a lo que pensaban sus amigos, quienes no se atrevían a hablar.
Rosa sólo acertó a forzar una sonrisa y luego clavó la mirada en el libro, mientras sentía cómo se levantaba un muro infranqueable entre ella y los otros chicos. Al principio no prestó atención a nada de lo que leía, pero el refugio de la letra impresa le salvaba de tener que articular otras palabras y mentiras ella sola.
El resto del edificio no ofrecía ninguna pista adicional acerca de la naturaleza del espectáculo que aquellas Hadas llevaban a cabo todas las noches de jueves, excepto por una placa ubicada junto a la estrecha puerta trasera, donde podía leerse

El Caldero de Oro, 82.9 FM
Travesía del Arcoíris, s/n
Propietario: A. Pushkin

Sabiendo que la taberna compartía sede con una emisora de radio, y conociendo la predilección y especial talento de las Hadas para los espectáculos musicales, parecía probable que Rubí y Esmeralda cantaran o tuvieran algún tipo de show de variedades. Aún faltaban doce horas para la apertura del bar y la curiosidad ya me era insoportable, así que decidí llamar a la puerta de la emisora, cuyo horario no podía adivinarse en ninguna parte.
Me abrió la puerta un hombre peludo y enorme, con el bigote de la perilla coloreado de amarillo por su afición a los cigarrillos y al café. Supe que era aries tan pronto le vi: a todos se les quedaba esa misma mirada esquiva y taciturna cuando sus Cartas Astrales les ataban a una profesión aburrida, coartando así su tendencia natural a la aventura. Lo poco que alcancé a ver del pequeño despacho donde tenía su equipo radiofónico no hizo más que confirmar mi hipótesis: fotos de antiguos viajes enmarcadas y colgadas de las paredes, cogiendo polvo irremisiblemente; un micrófono de Locutor, como afición complementaria a la que seguramente sería su profesión real de Empresario; una vieja imprenta para publicar y leer las aventuras que los demás vivían por él; y por último, una gran jarra de café, necesaria para mantenerse despierto durante todo el día y sentirse ocupado y activo…, aunque realmente viviera encerrado en El Caldero de Oro y no saliera jamás de allí. Esto también solía ocurrirles a los arianos que sufrían una grave decepción, quedando para siempre paralizados por la angustia de otro posible fracaso…
La mano pesada y gruesa del Locutor-Editor-Tabernero-Empresario sostenía el pomo de la puerta, dispuesto a dar un portazo si no le convencía mi respuesta a su pregunta.
–¿Qué quieres? Estoy en medio de mi programa –dijo con voz cavernaria.
–¿Es usted el Señor Pushkin? Busco a las Hadas Rubí y Esmeralda. Necesito hablar expeditamente con ellas.
–¿Expequé?
–Con urgencia.
–Están durmiendo, hoy les toca actuar. Si quieres verlas, vuelve pasada la medianoche –y dicho esto, hizo un gesto adusto y grosero con su zarpa de oso para que me marchara.
–¡Oh, pero si no pueden estar dormidas! ¡Las vi entrar en esta calle hace apenas…!
Pushkin arrugó el entrecejo como fabricando una bola de papel con la piel de su frente, y se giró para mirar con enojo a quienes, al parecer, se escondían tras él. Una alegre tonada salía del equipo radiofónico, contrastando con el sempiterno mal humor de aquel hombre.
Sanssouci, de Rufus Wainwright
–Te repito que duermen. Seguramente las confundiste con otras…, o quizás eres uno de esos fans que acosan a las Hadas. No queremos a la gente como tú por aquí, ¡así que lárgate!
Dicho esto, cerró de golpe la diminuta puerta trasera de El Caldero de Oro, que parecía demasiado pequeña como para dejar salir a alguien de su tamaño. Pegué la oreja al tablón de madera y escuché cómo discutía acaloradamente con otras dos personas. Sólo alcancé a entender frases sueltas, en las que les recriminaba el haberse dejado seguir hasta el bar.
¿Qué hacían las Hadas repartiendo panfletos revolucionarios? Si estos habían salido de El Caldero de Oro, la imprenta de Pushkin tendría entonces un fin muy distinto al que le supuse inicialmente. Y estando unidos en denunciar la opresión del régimen, ¿se verían dispuestos a ayudarme a mí; alguien diferente hasta la médula y Huelguista profesional, pero con un pasado como Astrólogo que me haría sospechoso de estar a favor de la Monarquía? De pronto me invadió un cosquilleo angustioso, y me rasqué la cabeza y la nariz.
La incomodidad se instaló entre Rosa y sus amigos, hasta que forzó a la chica a despedirse de ellos y buscar cobijo bajo la sombra de un pino piñonero. Esto, sin embargo, no le bastó para sentirse apartada de las miradas y los comentarios del resto de alumnos de Grimm (algunos de los cuales se atrevieron a pedirle que se tomara una foto con ellos). Los cuchicheos sobre lo que supuestamente volvería a ocurrir esa noche en su habitación le llegaban mezclados con el rumor de las hojas –mecidas por la brisa cálida de la tarde– y con crujido seco de los flashes.
Quería huir de los cotilleos, pero aunque en Grimm abundaban los lugares para esconderse, Rosa no estaba dispuesta a permanecer oculta los próximos meses. Por otra parte, y si bien el favor que le había pedido el Príncipe era costoso, le estaba en deuda después de todo lo que había hecho por ella el día de su no-cumpleaños. Bien valía la pena el sacrificio, se dijo la chica, si conseguía que Iván fuese libre de quererla.
Gato no tardó en bajar de las ramas del árbol, que era el lugar favorito de ambos para guarecerse cuando había peligro; de hecho, el felino había pasado allí toda la mañana y parte de la tarde, después de haber ayudado a su compañera de habitación a despistar a los Monitores. Se acurrucó junto a Rosa en busca de mimos y ella no escatimó al dárselos, mientras sacaba las memorias de Azul de la mochila con la otra mano. Deseaba perderse en esa historia al aire libre, arrullada por el ronroneo de las hojas y de su mejor amigo, pariente y mascota.
El crepúsculo se tomó su tiempo en llegar, y cuando lo hizo, coloreó el cielo con tantos tonos pasteles como los hay en el mostrador de una tienda de tartas. Rosa esperó a que se hiciera de noche para regresar a su habitación y persuadirse allí, entre bostezos, de que había obrado correctamente, y de que ahora se encontraba un poco más cerca del Príncipe (aunque todavía muy lejos de él).
Caminé con emoción hacia arriba y abajo (o ambas cosas a la vez) por la Travesía del Arcoíris, presa de unos nervios incontrolables. Entonces escuché, a través de una ventana que estaba a la altura de la calle, las últimas estrofas de la misma canción que comenzó a sonar en el despacho de Pushkin. Me asomé a través del cristal y vi a dos señoras –ya mayores– que ponían la mesa para iniciar un desayuno tardío, aunque dejaron la tarea a medias y se abrazaron para bailar lentamente al son de aquella melodía.
Sentada bajo la ventana, sonreí de alegría y luego bostecé, pero no conseguí dormir nada. Sólo quedaba esperar a que fuera de noche para regresar a El Caldero de Oro y estar un paso más cerca de mi sueño (aunque todavía muy lejos de él).

Comentarios

Emily_Stratos ha dicho que…
¬ El príncipe me cae mal, espero que tenga buenos motivos para ser así.
Ya he dejado demasiados mensajes, pero no puedo dormir y siento que esto me acompaña, además del gato a mis pies ^^
Galileo Campanella ha dicho que…
¡Deja todos los mensajes que quieras! ¡Me encantan! Para un escritor que publica su obra online, son el mejor aliciente a seguir.
Emily_Stratos ha dicho que…
Noo, que despiertas al monstruo criticón que hay en mí, piedad jajaja
Como escribí antes, soy buena comunicándome, tendrás varias palabras, siempre que escribas una respuesta, yo seguiré.
Galileo Campanella ha dicho que…
Desde luego, intentaré contestar a tantos mensajes como pueda. Sólo que a veces tendré que salir de Heliópolis regresar al mundo real...
lucy ha dicho que…
ese principe se trae su guardado!!!...apuesto por eso!!!..ese callejon donde esta Azul me recuerda el callejon magico donde Harry Potter compra sus utiles para HOwgarts!!..toy flipada..
Galileo Campanella ha dicho que…
¡Espera a que llegues al capítulo XII! :-D
Sara Grey. ha dicho que…
Aver, hay algo que yo no tengo en claro todavía... Azul es un chico, verdad? Porque aveces narra como si fuese una chica y la verdad es que estoy muy confundida en ese aspecto xd
Galileo Campanella ha dicho que…
Azul nació siendo un chico, pero es un Hada en su interior. Si estuviéramos en su situación, seguramente querríamos que los demás nos tratasen como lo que realmente somos, y no según nuestras circunstancias. La mejor forma de educar a la gente en esto es siendo consecuentes con nuestra esencia, incluso a pesar de lo obvio. Si le preguntaras a Azul si es una chica, ella te diría que sí: más concretamente, un Hada como la copa de un pino.