Capítulo XVI (segunda parte)

Los niños salieron de su habitación a la media hora, cuando Gretel hubo preparado las maletas. Hansel traía las manos dentro de los bolsillos y lo miraba todo con suspicacia, mientras la Ceni y yo limpiábamos por última vez el piso, recogíamos las cosas más necesarias y nos preparábamos para una improvisada mudanza.
–¡No pienso ir a la Clínica! –dijo el niño, dando un pisotón para sellar su decisión.
–Nada de eso: vamos a instalarnos en casa de un amigo, a quien no le importará que pasemos con él una temporada…
–¿Por qué no podemos quedarnos aquí?
–¿Y por qué no podemos ir a la Clínica? –añadió Gretel, que sí tenía intenciones de acompañar a Bella en su trance.
¿Cómo es que dos chiquillos que compartían una misma Carta Astral se comportaban a veces de manera tan distinta? Aquello demostraba que la Astrología era incapaz de influenciar por completo el carácter de alguien, por mucho que esa persona creyese fervientemente en su absurda ciencia.
–Vuestra madre necesita estar sola para curarse, y en casa de mi amigo estaremos más cómodos; Azul y yo no tendremos que ir de un sitio a otro para llevaros al colegio, recogeros, traeros a casa de nuevo y luego ir al bar a trabajar.
–¡¿Pretendéis que vivamos en el bar?! –chilló Hansel.
–Nos es un bar exactamente –les expliqué–, sino algo parecido a un pequeño teatro.
–Pero no somos marionetas, ¡somos niños de verdad!
La Cenicero y yo nos miramos perplejas, hicimos silencio, y finalmente ella pronunció las palabras mágicas: “¿Quién quiere golosinas para el camino?”.
No se dijo nada más: el dulce obró su milagro y los mellizos hicieron el viaje en autobús hasta la Plaza Mayor sin rechistar, con sendas nubes de algodón de azúcar para entretenerse (Hansel con un cumulonimbo azul, y Gretel con un cirro rosa). Por otra parte, mi amiga y yo íbamos tan cargadas maletas, que el Conductor del vehículo quiso cobrarnos un suplemento por dejarnos subir con todas ellas.
Bajamos la calle del Mercado Central –haciendo una nueva parada para comprar más provisiones de regalices y frutos secos– y pronto llegamos a la entrada de la Travesía del Arcoíris, con su pequeñísimo cartel en el que se leía el nombre de la calle. La Cenicero lo señaló y dijo:
–Niños, mirad bien ese cartel y acordaros de cómo llegar hasta aquí.
–¡Es muy fácil! ¿Acaso crees que somos tontos, o que no sabemos leer? –preguntó Hansel, haciendo mofa de su Cuidadora.
Puede que a los mellizos les pareciera sencillo llegar, pero os garantizo que no lo es. Ya he comprobado muchas veces cómo resulta imposible que alguien se oriente en el Casco Antiguo y encuentre por él mismo la entrada a la Travesía. Quien no me crea, está en total libertad de intentarlo; prometo concederle un deseo al que me demuestre lo contrario y llegue hasta El Caldero de Oro por sus propios medios. ¡Le doy mi palabra!
“El chico-Hada no cometió un descuido al dar direcciones en sus memorias, pues ninguna de ellas conduce directamente a él o a sus secuaces antimonárquicos”, pensó Rosa al darse cuenta de que todos seguían bien guarecidos en aquella calle a la que no se podía llegar si no se estaba invitado. Muy al contrario de lo que había creído inicialmente, Azul sabía cómo proteger a los suyos, y no había puesto en peligro la intimidad ni la seguridad de nadie cuando escribió El Blues del Hada Azul.
¡Pero no podía darse por vencida! La chica interpretó el último párrafo más como un desafío que como una advertencia, recogió sus cosas y salió disparada del piso de Bella. Ahora que estaba tan cerca de Azul, no creía sensato abandonar la búsqueda; todavía tenía unas horas antes del amanecer y pensaba exprimirles hasta el último segundo.
New, de No Doubt
Pese a no estar acostumbrada a correr, Rosa comprendió que el momento de hacerlo había llegado. Era obvio que en la calle no se escondían Monitores, pero aún así miró a ambos lados antes de lanzarse a la carrera hasta la parada de autobuses más cercana. Por suerte, el ir en ambulancia desde Rapunzel’s hasta el hospital, y luego desde el hospital a la Academia, le ahorró el tener que gastar la “vuelta” del “billete de ida y vuelta” que había comprado unos días atrás. Se sentó junto a una ventanilla dentro del vehículo, y durante el trayecto calculó el tiempo que le llevaría regresar andando hasta la Residencia de Estudiantes cuando la mañana estuviera próxima.
Antes de salir del Ensanche, el autobús pasó casualmente frente a la esquina donde estaba ubicada la llamativa juguetería-taller de Geppetto. Rosa valoró rápidamente qué tan conveniente sería bajarse allí e investigar un poco, pero concluyó que era mejor quedarse sentada. No había forma de que el Oso de bigote supiese cuál era su signo; en cambio, a Azul sólo le haría falta echarle un vistazo para saber eso y hasta su futura profesión. Además, le había prometido a Sinclair no remover ningún otro recuerdo relacionado con la historia de los Tres Osos, y ella siempre cumplía sus juramentos. En definitiva: estaba claro que aprovecharía más el billete de autobús si lo utilizaba para llegar hasta el final del trayecto: a la Plaza Mayor, a la calle del Mercado Central y con un poco de suerte (aquella que tanto escaseaba), a la mismísima Travesía del Arcoíris.
Esta sería la segunda vez que intentaba encontrar la entrada a ese misterio de la geografía capitalina; sin embargo, ahora no podía darse el lujo de fallar. ¿Qué otra cosa podía hacer si eso ocurría? No tenía sentido esperar a Gretel y Hansel a la salida del colegio y ver si los recogían el chico-Hada o la Cenicero, porque los que asistían la Escuela salían una hora antes que los estudiantes de la Academia…, y además seguía sin conocer el rostro de ninguno de ellos. Tampoco podía escaparse todas las noches para aguardar a que cualquiera de sus objetivos apareciera paseando por la calle del Mercado Central, porque (a) el Casco Antiguo siempre estaba atestado de gente, (b) Azul pasaría desapercibido ahora que se había teñido el pelo de rubio, y (c) la coartada de que dormía con el Príncipe acabaría siendo desmantelada tarde o temprano, dejándola sin la posibilidad de fugarse de Grimm cuando le apeteciera.
Era ahora o nunca. Rosa debía encontrar la entrada a la Travesía del Arcoíris antes de que la Torre de Propp anunciara el alba con sus campanadas. Bajó del autobús, sorteó el gentío que incluso a esa hora llenaba la Plaza Mayor (cenando en las terrazas, aterrizando sus globos aerostáticos y paseando o corriendo de un lado a otro, como ella), y luego enfiló hacia el Mercado Central, donde las tiendas ya habían cerrado y era más fácil ver las decenas de callejones que entraban y salían a ambos lados de la vía.
Rosa la recorrió un par de veces, procurando (¡esta vez sí!) fijarse en el nombre de cada una de las calles transversales. Primero bajó por la acera derecha y subió por la izquierda; luego bajó por la acera izquierda y subió por la derecha. Pese a los empujones de algún peatón, de más de una bombilla fundida en las farolas y del cansancio, la chica trabajó con minuciosidad, y al acabar estaba bastante segura de no haberse saltado ningún escondrijo o recoveco; sin embargo, no había conseguido nada excepto un malestar intenso, y la asfixiante sensación de que alguien la seguía desde hacía rato.
La multitud la convertía en presa fácil de cualquiera que quisiese quitarle la mochila y salir corriendo, pues sería imposible perseguir al ladrón entre tanta gente. La misma Azul, (tan precavida ella) había sufrido un robo a los pocos minutos de llegar a la Capital, a manos de la niña de las cerillas y su banda de delincuentes juveniles. Un descuido bastaba para que quien la seguía ahora a ella se aprovechara de la situación, le robara el tomo I del Tratado de Astrología Elemental, comprometiera su búsqueda y le impidiese regresar a Grimm sana y salva. Rosa apretó fuertemente el libro contra su pecho; no debía soltarlo bajo ninguna circunstancia, ¡aquello era lo único que importaba!
Comenzó a sudar frío a medida que la sensación de sentirse observada y perseguida se intensificaba. Pensó en pedir ayuda, pero no había ningún Guardia Real a la vista, como si también se hubieran sumado a las recientes huelgas. Hacía un bochorno del todo inusual en esa época del año, y la muchedumbre tropezaba constantemente con ella. Valoró el salir corriendo, pero ¿a dónde? De vuelta a la Residencia, con un nuevo fracaso a cuestas. “¿Quién me habrá mandado a meterme en este lío?”, se dijo, imaginándose la peor conclusión posible para esta historia. El miedo la paralizó, y entonces sintió que alguien le tocaba el hombro: no era un empujón, sino una llamada de atención. Lentamente se giró, abrió los ojos, y vio quién era su depredador particular.
–¡Sinclair, qué demonios haces siguiéndome! –Y acto seguido, le asestó un bofetón.
–¡Ay, qué bruta eres!
Se han visto lobos disfrazados de corderos, pero he aquí un cordero que, por un momento, pasó por lobo feroz. El pobre chico se sopló la nariz en un pañuelo para comprobar que no estuviera sangrando, y luego se acarició la mejilla adolorida, sin comprender por qué había asustado tanto a Rosa. La Cazadora de Hadas amateur también se quitó el disfraz de víctima y volvió a la normalidad, mientras exhalaba un hondo suspiro. Aquella presa tan codiciada volvería a escapársele una noche más, ahora que su amigo la había importunado con su torpe compañía.
–No sabes cuánto lamento tu presencia, Emil.
–Lo siento…

Comentarios

marçal ha dicho que…
Quieres que le explique a la gente la web de la novela esque se muchas webs i personas que les puede gustar.
Ah i si vas a barcelona si puedes pasa por lliça de munt en la calle tagamanent. gracias esque alli estaremos solo de martes a jueves asta las 16:00 i viernes a 14:00
Galileo Campanella ha dicho que…
¡Hola Marçal! Desde luego que me gustaría que le hablases de la novela a otras personas. ¡Eso es justo lo que necesito de mis lectores más fieles!

Ten por seguro que pasaré pronto por Barcelona a visitaros, ¡y muchas gracias de nuevo por leer "Heliópolis" con tanto entusiasmo!