Capítulo XX (cuarta parte)


No podía creer lo que veían mis ojos. Mientras tanto, el espectáculo de las Hadas acababa de comenzar fuera, en el escenario, y pude reconocer los primeros acordes de
You Are My Sister, de Antony & The Johnsons
Los dos osos me hicieron señas para que me pusiera las alas y saliese a ver la actuación. Aún embargada por la sorpresa, no conseguí hacer otra cosa más que tartamudear una frase que finalmente logré pronunciar.
–Muchas, muchísimas gracias… –Obedecí a sus gestos, me puse la mochila alada, y sentí cómo brotaban de nuevo las lágrimas.
–Creo que le gusta el regalo, Geppetto –añadió Pushkin.
–No me extraña; a fin de cuentas, un Hada no es un Hada hasta que no le dan alas.
¡Ahora serían tres los tachones en mi lista! Salí al bar, y a partir de allí lo recuerdo todo como en cámara lenta. Los clientes habituales, asombrados por mi repentina transformación, apartaron la vista del escenario y me miraron de arriba a abajo. La Cenicero se tapó la boca con las manos y comenzó a dar botes en la silla donde se había sentado. Un foco me iluminó, y Rubí interrumpió brevemente la canción para decir:
–¡A qué velocidad suceden las cosas por aquí! En un parpadeo, de la crisálida sale la mariposa, renacida por obra de su voluntariosa naturaleza –el Hada roja miró a Esmeralda, y ésta le dio su aprobación para lo que estaba a punto de anunciar–. Damas y caballeros, os aseguro que no habíamos preparado nada de esto, pero una sorpresa deja de serlo cuando no se improvisa. Les presentamos a nuestro más reciente fichaje, que formará un trío con nosotras y hará de éste el mejor espectáculo que hayáis visto jamás. ¡Recibid con un fuerte aplauso a Zafiro, el Hada Azul!
El bar entero se puso en pie, y Pushkin y Geppetto salieron del despacho para verlo. Tan aturdida como estaba, tuvieron que darme un pequeño empujón para que subiera al escenario. Desde allí saludé a la Cenicero, que se encontraba sentada en nuestra mesa con su Sapito; mi amiga silbaba y gritaba de alegría como la primera de mis admiradoras, y el resto del público coreaba con igual entusiasmo. Las Hadas pidieron calma, prosiguieron con la canción y me dieron un micrófono para que me uniese a ellas.
Aquella fue la noche más feliz que recuerdo. Aún me quedaba mucho para ser un Hada de verdad, pero ya me veía, me sentía y me aplaudían como si lo fuera. Además, las personas que más quería también estaban encaminadas a cumplir sus respectivos sueños, y todo a mi alrededor parecía perfecto (a excepción de alguna mirada lasciva en el público). También hubiese preferido otro nombre artístico, a decir verdad. ¡Aquél se parecía tanto a mi nombre real! Si mi Padre me estuviera buscando, podría deducir fácilmente que Zafiro era su hijo y dar conmigo. A partir de ahora tendría que evitar salir de la Travesía del Arcoíris; al menos hasta que hubiera ahorrado lo suficiente para pagar la operación, y el Doctor Unicornio me convirtiese en un Hada de manera definitiva e irreversible.
Ya puestos a criticar, el espectáculo podía modernizarse un poco para adaptarse a los nuevos tiempos. No estoy llamando viejas a mis compañeras, pero deben reconocer que sus gustos musicales se habían quedado algo anticuados. Pushkin intentó liberarme de la tarea de limpiar el bar, diciéndome que a partir de ahora debía concentrarme en el espectáculo y en traer más clientes. “Tu principal responsabilidad es dar lo mejor de ti en el Trío de Hadas” dijo, como si fuera mi Manager. Pero insistí en no abandonar a la Cenicero en nuestro antiguo empleo, y sacarme así unas monedas extra que me permitieran ahorrar aún más rápidamente.
Han pasado meses desde entonces, y siento cómo el sobreesfuerzo comienza a pasarme factura. No he vuelto a ver la luz del sol, y el olor a lejía y desinfectante se ha convertido en mi perfume oficial. No hago otra cosa más que cantar, limpiar y, ocasionalmente, distraerme con las visitas de Geppetto, Hansel y Gretel. Rubí y Esmeralda no han logrado convencerme para que las acompañe a repartir panfletos antimonárquicos, y me veo forzada a explicarles de cuando en cuando por qué no puedo salir de aquí. ¡Ya soy incapaz de recordar cuándo fue la última vez que caminé por una calle recta!
El Mundo está cambiando ahí fuera, puedo sentirlo. Los heliopolitanos cada vez se saben más libres, y comienzan a darse cuenta del engaño al que han estado sometidos. Las convocatorias a una huelga general pronto tendrán éxito, e incluso hay clientes que vienen cada noche al bar para hablar de una posible revolución. Algunos nos piden autógrafos diciendo que nos admiran no por nuestra música, sino por haberles servido de inspiración para dejar sus empleos y rebelarse contra su Carta Astral. Me da miedo lo que pueda pasar, pero ya es demasiado tarde como para detenerlo: se han puesto en marcha los engranajes de algo mucho más importante que nuestros sueños individuales.
Yo, sin embargo, sigo luchando sin descanso por el mío. A veces estoy tan agotada que tengo miedo de morir mientras duermo, habiéndome olvidado de comer o de beber durante quién sabe por cuánto tiempo. Renuncié al alquiler de mi pequeño estudio en la rambla de la Estrella Polar para no gastar en nada, y Pushkin me habilitó un dormitorio en el camerino de las Hadas; aún así, me habría costado años de duro trabajo el ahorrar el dinero necesario para la operación de armonización feérica….
¡Por suerte, Geppetto tuvo otra brillante idea! Comenzó a fabricar muñecas de las Tres Hadas: la Roja, la Verde y la Azul, y a promocionarlas en el teatro de marionetas. ¡Sus pequeños espectadores corrían luego a comprarlas a la tienda! Debo decir que no me hizo gracia el que las niñas se quedaran con una imagen tan estereotipada de las Hadas, ni con la idea de que siempre habría alguien que les sacase de un apuro o les concediese un deseo por arte de magia, como en la obra teatral... ¡Con lo que me estaba costando cumplir el mío! Pero para cuando protesté, la colección ya incluía una línea de accesorios (la mansión, el escenario y el descapotable de las Tres Hadas), y una serie complementaria de los Tres Osos que no vendió nada. Antes de que nos diésemos cuenta, Rubí, Esmeralda y yo comenzamos a ganar más por vender nuestra imagen que por nuestro espectáculo diario.
Por si fuera poco, mis compañeras decidieron donar su sueldo a mi causa. Así, dentro de unas semanas –después de un año de duro esfuerzo– tendré dinero suficiente para costear la operación. La cita con el Doctor Unicornio ya está hecha; he superado la evaluación psicológica que exigió la Clínica Perrault antes de autorizar mi transespeciación, y se ha anunciado la fecha del último espectáculo del Trío de Hadas, que no podrá volver a cartelera hasta que me den el alta médica.
Tengo muchísimo miedo, como te imaginarás (y perdona si te tuteo, ¡pero ya he compartido contigo tantas páginas de mi vida!). Por más que se lo pregunto, el Doctor Unicornio no me da detalles de la intervención, y sólo me repite que confíe en los conocimientos almacenados en su cuerno. ¡Cuánto había soñado de pequeño con el día en que finalmente me convertiría en Hada, y qué intenso es el terror ahora que está cerca!
No sé que vaya a ser de mí, y por eso me he tomado el tiempo de escribir esta autobiografía; para convencerme de que el camino que he escogido es el correcto, y para que quede algún recuerdo de mí en caso de que no consiga superar el trance. No pretendo enseñar nada, ni convencer a nadie de que lo que aquí digo es cierto, sino contar mi historia, desahogarme y trascender en el recuerdo de algún estudiante de Astrología que se haya topado con este libro por casualidad.
Si has leído hasta aquí, puedes afirmar que me conoces muy bien; tanto, que incluso puedes pensar en mí como en tu hermana mayor, y yo en ti como mi hermano o hermana pequeña. A fin de cuentas, te he contado mi vida entera: mis alegrías, penas, temores y vivencias. He compartido mi sueño con un desconocido –a quien doy infinitas gracias por su paciencia– y así hemos confraternizado. ¡Quién me iba a decir que encontraría a un nuevo miembro de mi familia en un bar, en un parque o nadando en esta sopa de letras!
A Rosa le disgustó profundamente la libertad con la que el chico-Hada se la había adjudicado como hermana. La ligereza de Azul a la hora de familiarizarse con ella le pareció tan esperpéntica como los regalos anónimos de Klaus. “¿Por qué ese empeño de todo el mundo en hacerme parte de una familia anormal? Si sigue mi mala suerte, la próxima oferta de adopción me llegará de parte de un circo”.
Hermanita, hermanito: Si me dejas llamarte así, permíteme también darte un consejo: el único que me siento en la obligación de dar sabiendo que, si este libro cayó en tus manos, es porque pretendías aprender sobre la mecánica celeste. Me gustaría pensar que de mi aborrecida infancia como niño Astrólogo quedará algo más que mi capacidad de conocer el signo de la gente. Y sé que hablarte así, sin saber cómo eres, es un atrevimiento, pero…
Abre los ojos y busca siempre la verdad, que no se esconde en las estrellas sino dentro de ti. Conócete, ámate y lucha por ser quien quieres llegar a ser; ¡que nadie te imponga una vida diferente a la que tú decidas!
No desfallezcas aunque el camino sea difícil, porque a tu lado siempre habrá gente que te quiera; quiéreles tú a ellos y ayúdales a cumplir su sueño. Esa es la regla de oro de las Hadas, y por eso sus vidas están llenas de magia. Esa es la única relación causa-efecto..., la única ley mecánica y termodinámica que vale la pena aprender en las relaciones humanas.
Por último, recuerda que algunas mariposas sólo viven un día, y que nosotros, como ellas, vivimos solamente una vez. Haz, pues, que tu vida sea lo más bella que puedas imaginar, porque la belleza es inmortal (o al menos, muy difícil de olvidar).
Tanto si lo logras como si no…, si consigo sobrevivir a mi particular sustitución, espero que algún día nos conozcamos. Y es que, por muy raro que suene, he llegado a quererte. “Querido lector o lectora”; así comienzan muchos libros, y así acaba el mío. Tanto mejor que “Colorín colorado, este cuento se ha acabado”, que ya está algo trillado. ¿No crees?
A partir de allí, no había más que páginas de tinta negra, diagramas, esquemas, órbitas y ruedas zodiacales. Pero la vergonzosa sensación de vacío que experimentó Rosa al saber que el libro se había acabado le duró muy poco, porque el móvil de Sinclair comenzó a vibrar y vio que era precisamente Emil quien le llamaba desde su casa. Cerró el tomo I del Tratado de Astrología Elemental, lo dejó tirado en una esquina de la habitación, y se acostó en su cama para hablar con el máximo confort.
–¿Por qué tardaste tanto?
¿Porque perdí el autobús, quizás?
–En fin. No han dejado de llegarte mensajes.
Léelos por si acaso hay alguno que…
–Te escribió toda la pandilla para saber por qué estabas tan serio en clase.
Luego les llamaré para darles las…
–Ya les escribí diciéndoles que tenía tu móvil y que no te ocurría nada; que sólo eran bobadas…, aunque luego me quedé pensativa. ¿En verdad te ocurre algo?
No, déjalo.
–OK. Por cierto, acabo de terminar de leer el libro...
Bien por ti. Ve al grano y dime cuál es tu plan para encontrar al chico-Hada.
–He descubierto quién es su Madre. No lo vas a creer cuando te lo diga: ¡es Aurora, la Pastelera! Se ve que la pobre mujer no aguantó el estar separada de su hijo, y debe de haberse instalado en la Capital para encontrarlo. ¡Vaya disgusto se llevará cuando vea en lo que está a punto de transformarse, si es que no lo ha hecho ya a estas alturas!
Pero Aurora’s Bakery lleva abierta varias semanas en el Paseo del Río, junto a la calle del Mercado Central... ¿Cómo es posible que Azul no la haya visto aún, si tendría que haber pasado frente a la tienda infinidad de veces?
–Muy fácil: resulta que lleva meses sin salir de la Travesía del Arcoíris.
¿Entonces cómo piensas hacer para verte cara a cara con ella? Tendrías que forzarle a salir de su escondite.
–¡Exacto! ¿Y por qué crees que te cuento lo de su Madre? ¡Vamos a secuestrarla!
¿Estás loca? ¡No pienso participar en algo así!
–¡Pero tú odias a la Pastelera, y te recuerdo prometiste ayudarme!
No a cometer un delito. Además, ¿cómo le entregarás la nota de secuestro a Azul?
Emil tenía razón, y a Rosa le disgustó darse cuenta de ello; que su esbirro hubiera sido capaz de encontrar un fallo en su plan significaba que ella comenzaba a estar demasiado cansada, desesperada o fuera de la realidad.
–Espera a que lo piense… ¡Ya está! Gretel y Hansel viven ahora con la Cenicero y Geppetto en su juguetería, pero de vez en cuando van de visita a El Caldero de Oro. Puedo a esperar a que eso ocurra y seguirles, o dejarles la nota en el buzón para que cualquiera de ellos se la entregue al chico-Hada.
¿Y dónde retendrás a Aurora? ¿Qué pasará si recurren a la Guardia Real en busca de ayuda? ¿No crees que el Titiritero extremará las precauciones para que nadie le siga? Una vez más, olvídate del secuestro, de extorsiones y de cualquier otro plan que tenga que ver con ir a la casa de Geppetto, ¡me prometiste que no lo harías! Aunque bien pensado, a estas alturas ya debería darme igual lo que digas o hagas…
–¿A qué viene eso?
A que estoy muy cansado, Rosa. Te has obsesionado con encontrar a Azul y conocer tu signo, ¡como si eso fuese lo único que importara! Has vivido perfectamente unos cuantos años sin saber si eres Capricornio, Leo, o Sagitario. Pero ahora dejas de lado a tus amigos, me utilizas a tu antojo y te expones a ser expulsada de la Academia en varias ocasiones. Si tanto te interesa ir a El Caldero de Oro, pídele a tu novio que te acompañe, ¡a fin de cuentas, él se escapa de Grimm todas las noches para ir allí!
–¡¿QUÉ?!
Lo que oyes, pero estás tan preocupada por capturar al chico-Hada que no te has dado cuenta. A tu alrededor están ocurriendo cosas muy serias, Rosa; huelgas, disturbios callejeros, revueltas de Ilegales (por eso he llegado tarde a mi casa, para tu información… Casi me asfixio con el gas lacrimógeno que lanzó la Guardia Real en plena calle), novios que engañan a sus parejas y viceversa. ¡Abre los ojos!
–Emil, yo…
O mejor, haz lo que quieras. Secuestra a la Madre de Azul, sigue al Príncipe o habla con Geppetto y pídele que te lleve otra vez a la Travesía del Arcoíris; acaba ya con todo esto, aunque hacerlo implique remover una historia que te hizo daño en su momento. Intenté protegerte, pero no puedo más; estás fuera de control, y yo agotado.
Rosa no contestó. Sinclair también hizo silencio; uno particularmente largo, que le llevó a preguntarse si habría sido demasiado duro con su amiga.
Escucha: lo siento. Quizás me he excedido. Ni siquiera imagino lo duro que debe ser para ti el vivir sin saber tu signo ni tu profesión. Y lo del Príncipe…, bueno, le he seguido un par de veces, pero siempre termino por perderle el rastro en la calle del Mercado Central, y hasta ahora no he logrado atraparle con las manos en la masa.
Rosa seguía sin contestar.
¡En verdad, lo lamento! Nunca me había enfadado así; será que me importas demasiado. ¡Eres mi amiga desde parvulario! Y aunque me trates como un idiota, no dejo de quererte. Hala, ya está, ya lo he dicho…Te quiero, Rosa Grimm. ¿Hola?
Pero la chica no le escuchó. Hacía tiempo que había dejado tirado el móvil en la cama y se había escapado por la ventana rumbo a la calle del Mercado Central, con un plan infalible (¡esta vez sí!) para encontrar a Azul aquella misma noche. Uno que no involucraba secuestros ni persecuciones, sino algo mucho más sencillo: recordar.

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