Capítulo XXIX (primera parte)



Geppetto abrió con pereza la puerta de la tienda, aunque siendo tan tarde como era, y habiendo cerrado hacía horas los demás comercios, ya no era más que su taller y vivienda. Le recibió el olor del serrín y la pintura: un aroma que solía relajarle y evocarle la tranquilidad del hogar, pero que hoy sólo era un vaho espeso y molesto.
El hombre sacudió su paraguas antes de entrar. Había chispeado de regreso a casa, sin que llegara a caer la tormenta otoñal que anunció el noticiero. Aquel había sido un día sin suerte incluso para los que, como el Titiritero, esperaban un chaparrón y se habían tenido que conformar con pocas gotas.
Pero las buenas noticias no tardaron en llegar: el teléfono sonó, y Geppetto corrió al escritorio donde estaban la caja registradora, los montones de recibos y facturas, y el ruidoso aparato enterrado justo debajo.
–¿Sí?
¡Geppetto, estás bien! –gritaron dos voces aniñadas al otro lado de la línea.
–¡Gretel, Hansel, estáis a salvo!
El Titiritero se arrodilló en el suelo, llevándose una mano a la frente y llorando a mares, pero procurando que no escucharan sus sollozos.
Te hemos llamado mil veces, ¿por qué no contestabas? –dijo Gretel muy enfadada.
–¡Estaba buscándote, cariño, a ti y a tu hermano! Ya sabéis que no consigo aprender a utilizar esos teléfonos móviles…, pero prometo comprarme uno mañana mismo y no soltarlo. ¡Cuántos disgustos me habría ahorrado! –Por extraño que parezca, Geppetto (Licenciado en Ingeniería Robótica por la Universidad de Lem) se sentía desconcertado ante aquellos artilugios de metal y plástico, tan ajenos a la calidez de la madera.
¿Y está contigo la Cenicero? –preguntó Hansel después de quitarle el teléfono a su hermana. Los mellizos temblaron a la espera de una respuesta desalentadora.
–Sí, la oigo roncar en su habitación… Debió de tomar algo para poder dormir, porque esta mañana era un manojo de nervios. No paraba de llorar, pensando que os habría pasado algo, y sufriendo porque Azul fue capturada por la Guardia Real en su lugar. ¡Estaba muerta de la preocupación!
¡Nosotros también! Creímos que había… –Gretel le arrebató el auricular a su hermano y siguió ella la conversación–. ¿Y nuestra madre está contigo?
–No, corazón. Resulta que la carta que recibimos de parte de la Clínica Perrault era una broma, y aún faltan algunos días para que la dejen salir.
Vaya… –la voz de la niña sonó apagada y triste, y le siguió una tensa pausa.
–Descuida, que pronto la veréis, ¡os lo prometo! Ahora decidme, ¿dónde estáis?
En casa del padre de Azul –dijo Hansel, ya que su hermana había perdido las ganas de hablar por teléfono–. ¿Sabías que tiene una hermana llamada Rosa?
–¡Pues no! ¿Y cómo se llama su padre? ¿Amarillo Ocre?
No que yo sepa, ¡pero su madre es Aurora, la Pastelera!
–¡Qué me dices! ¡De haberlo sabido, podríamos haberlos reunido hace meses! ¿Estáis ahora con ella?
Sí, y también están aquí Astreo, Rubí, Esmeralda…
–¡Menos mal que también están a salvo!
…y Pushkin. Quiere hablar contigo, por cierto; te paso con él.
–¿Pushkin? Imposible.
Geppetto escuchó cómo Hansel le daba el teléfono a alguien, pero el auricular se caía al suelo antes de que el otro lo hubiese cogido. Finalmente habló el exTabernero.
Maldita sea, aún me tiembla el pulso… –dijo con su característico vozarrón.
–Álex, ¿eres tú?
Sí, amigo mío. ¿Cómo te encuentras?
–Pero…, ¡¿estás con Hansel y Gretel?!
¿Quién lo diría, eh? Estos dos mocosos me han salvado la vida. Lo menos que puedo hacer por ellos es no gritar histérico cada vez que se me acercan. Aunque aún siento miedo cuando oigo sus vocecitas diabólicas, y veo sus manitas, y…
–¡Estás curado!
Podría decirse que sí, si obviamos el terror absoluto que le tengo al fuego ahora que mi casa y mi negocio se han carbonizado por segunda vez. Dime, ¿es cierto que la Cenicero está contigo?
–Así es, aunque completamente inconsciente. No sé de dónde sacó ese frasco de “Z”, pero tuve que pincharla para que pudiera dormir un poco y dejase de gritar…
No me extraña que esté así, ¡la que ha liado!
–Tendrás que perdonarla; ella no sabía que su novio era el heredero al trono. Todos conocimos al chico y ninguno fuimos capaz de reconocerle en su disfraz de Sapito. El único culpable aquí es él, por haber mentido.
No creo que sea el único responsable de este desastre…, ya te contaré. En cualquier caso, ¿viste sus declaraciones a la prensa? El muy hipócrita habló ante los medios al salir del Tribunal Supremo y dijo que perdonaba a Azul… ¡Pero si sabe que no fue ella, sino la Cenicero y las Hadas quienes intentaron matarle!
–Secuestrarle, querrás, decir.
Pues eso.
–Escuché sus declaraciones en directo, porque coincidimos hace unas horas en el Tribunal Supremo. El Juez no dejará que Azul salga bajo fianza. ¿De qué valen doce mil monedas de oro si no puedes salvar a una amiga con ellas?
Por cierto, lamento que la carta sobre la adopción resultara ser falsa…
–Ah, sí… ¡¿Cómo que falsa?!
¿No lo sabías? Resulta que tanto la carta de la Clínica, como la de la agencia de adopciones eran un truco para distraerte y poder llegar a la Cenicero.
–¿Pero quién las envió? ¿Y para qué quería dar con ella?
¡Para decirle que Sapito la engañaba! Da igual quién haya sido; además, ahora no puedo conversar con tranquilidad. No sé si me entiendes…
–Sí, supongo que estás rodeado, ¿no es eso? Ya me contarás más tarde…
En cualquier caso, hay algo de lo que sí debemos hablar: necesitamos tu ayuda para rescatar a Azul. ¿Estás dispuesto a colaborar?
–¿Es que acaso no me conoces? ¡Haría lo que fuese por Azul!
Contaba con ello; escucha bien, entonces…
Geppetto tomó nota mental y por escrito, para ir sobre seguro, de las instrucciones dadas por Pushkin. El exTabernero le explicó con detalle el plan que, durante todo el día y parte de la noche, había estado organizando con los otros seis miembros del escuadrón de rescate refugiados con él en la Mansión de la Campiña.
–Es una idea disparatada, pero podría funcionar…
No, no, no… ¡Tiene que funcionar!
–¡Ese es el espíritu, Álex, llevas razón! Me encanta verte de nuevo tan lleno de energía y dispuesto a la aventura.
Aquí nos jugamos mucho más que el pellejo y la libertad de Azul. Está en nuestras manos el que todo el Reino se dé cuenta del engaño de la Astrología y de la corrupción de la Casa Real, y tomen por fin las riendas de sus vidas.
–Vale, acabas de ponerme los pelos de punta. ¿Podrías repetirme de nuevo qué es lo primero que debo hacer?
Déjate de tonterías; despierta a la Cenicero y ve a buscar la imprenta…, si es que quedó algo de ella después de que El Caldero se viniera abajo.
–¡A sus órdenes, mi General! Saluda de mi parte a la Pastelera y a las Hadas, y cuida bien de los niños. Sólo una cosa más, ¿a qué te referías antes al decir que el Príncipe Iván no había sido el único responsable de todo esto? ¿Puedes hablar ahora del tema?
¡Ah sí, eso! –Pushkin bajó el tono de voz para que nadie más le escuchase–. Me refería a la persona que envió las cartas falsas, que nos denunció a todos ante la Guardia Real y que quemó El Caldero de Oro por segunda vez…
–¡¿Ricitos?!
Ten muchísimo cuidado…
El oso se irguió y achinó los ojos al decir esto, y luego colgó la llamada; Geppetto se quedó con el teléfono en la mano, presa de un escalofrío. Tardó unos instantes en reaccionar, pero cuando lo hizo fue rápido y eficaz: vació de títeres el carromato, buscó el paraguas (por si acaso) y corrió a despertar a la Cenicero en su habitación.
–Ceni, despierta. ¡Necesito tu ayuda!
La chica gruñó y se dio media vuelta, dejando ver que había estropeado la funda de la almohada con un charco de lágrimas, rimel y maquillaje.
–¡Venga, que no es hora de dormir! Bueno, en realidad sí; son casi las doce de la noche, ¡pero tienes que despertarte y venir conmigo! ¡Se lo debemos a Azul!

En la Mansión de la Campiña, entre tanto, Pushkin se frotaba las manos viendo como poco a poco comenzaban a encajar las piezas del plan para rescatar al Hada Azul. Sin embargo, su celebración interior se vio interrumpida cuando alguien llamó a la puerta. Todos los prófugos (esto es, las Hadas y el propio exTabernero) se escondieron al instante; Aurora buscó a los niños para llevárselos a la cocina –aún no había aprendido que siempre que los buscara los encontraría allí– y Astreo sacó pecho, respiró hondo, e hizo acopio de ánimos para ir al encuentro de la inesperada visita.
Cuando oyeron de nuevo el ruido de la cerradura, todos salieron de sus respectivos escondites y encontraron al dueño de la casa en medio del salón, con las gafas sobre la nariz y un telegrama en la mano.
–¿Qué dice? –preguntó Aurora, sabiendo por su cara que no eran buenas noticias.
–Me citan como Astrólogo Oficial del Reino para declarar contra nuestro hijo en el juicio que se celebrará este martes, tal y como anunció el Rey –Los dos progenitores de la familia Celeste coincidieron en un gesto de preocupación.
–¿Y os parece mal? ¡Es perfecto! –dijo Pushkin–. Astreo, no sabía que utilidad darte, pero esta es la misión ideal para ti: serás nuestro infiltrado, dándonos información de primera mano sobre lo que ocurra en la sala.
–No lo sé, Pushkin, creo que Astreo hace bien en temer un engaño…
–Esmeralda tiene razón –confirmó Rubí–. Parece una trampa.
–¡Bobadas!

Comentarios

Emily_Stratos ha dicho que…
Ahora estamos comiéndonos las uñas, no se vale.
Espero que cuando vuelva a entrar tengas puesto algo más.
El público espera :P
Galileo Campanella ha dicho que…
¿Qué estarán tramando los cuentos de hadas en la Mansión de la Campiña?