Capítulo XXII (segunda parte)


A pesar de ser casi las cuatro de la mañana, en las calles del Casco Antiguo seguía habiendo bastantes peatones, todos queriendo aprovechar al máximo la noche del viernes ya fuera para divertirse o hacer negocio a costa de los que buscaban diversión. A Azul le tranquilizó el ver que, allí donde la calle del Mercado Central desembocaba en el Paseo del Río, la marea de gente estaba tan alta como la que anegaba la Travesía del Arcoíris. Se sentía perseguida, y la sensación de inseguridad no la había abandonado desde el incidente en su camerino…, pero en caso de que alguien le atacase, pensó, la muchedumbre se abalanzaría sobre su agresor.
Caminó mirando hacia ambos lados y hacia atrás, y procurando avanzar siempre por las zonas mejor iluminadas. Su actitud paranoica hizo que se perdiera el espectáculo de la gente conversando en las terrazas, tendida en el césped y bailando en medio de la calle; aquella zona comenzaba a estar de moda ahora que la recesión económica había tirado por los suelos el precio de alquiler de los locales. Muchos pequeños restaurantes, pastelerías y bares habían abierto en el Paseo del Río en los últimos meses, y Azul lamentaba no conocer ninguno, porque las pocas veces que había salido a hurtadillas de El Caldero de Oro era de madrugada y con un objetivo concreto…
Encontró al emisario del hermoso ramo de narcisos en el mismo banco con vistas al Río donde solían sentarse desde hacía dos semanas, y donde él le repetía una y otra vez lo mucho que la adoraba. Antes de acercársele, Azul se escondió en una cabina telefónica, apretó el botón con forma de diamante y esperó a que las alas de su mochila se desplegaran; luego salió de allí aleteando, como si nada, y fue a su encuentro sin demora. El chico sonrió al verla llegar, pero Zafiro parecía circunspecta.
–Sólo tengo cinco minutos, Sapito.
El guapo y jovencísimo novio de la Cenicero iba vestido como siempre: con una sudadera verde puesta al revés –esto es, con las costuras hacia fuera– y la capucha cubriéndole la cabeza. Hoy parecía estar hecho trizas, y cerró los ojos con un gesto de dolor cuando escuchó que su Hada sólo le podía dedicar cinco escasos minutos.
–¿Tan poco tiempo? ¿Por qué?
–Debo regresar al bar, lo sabes bien…
–Al menos será el momento más feliz de mi día…
–Yo no estaría tan segura de eso... Necesito hablar seriamente contigo.
–¡Pensé que venías a cumplir mi deseo! Me has engañado. ¿Crees que habría sido capaz de esperarte aquí durante horas de no ser así? Bueno, quizás sí…
Azul sentía que se le rompía el corazón. Desde hacía unos días Sapito ya no iba a ver su espectáculo, sino que se dedicaba a esperarla en aquel mismo banco donde le había confesado estar enamorado de ella. La Cenicero no sabía nada de aquello, pero le extrañaba la actitud de su novio, y las sospechas de que algo ocurría a sus espaldas la llevaron a discutir muchas veces con él. Sin embargo, lo peor vino cuando buscó el consuelo de su amiga Hada: Azul no supo qué hacer ni qué decir, porque conocía el verdadero motivo del distanciamiento de Sapito y porque sus propios sentimientos se hallaban revueltos y agitados.
Zafiro tenía claro lo que debía hacer: dar calabazas a Sapito, obligarle a sincerarse con la Cenicero y estar allí para animar a su amiga si su noviazgo acababa rompiéndose. Pero el caso es que no podía hacerlo; se veía incapaz de rechazar las citas secretas con Sapito en mitad de la madrugada. Sufría por él, se lamentaba…, y todo debido a que ese joven, que ahora la miraba con ojos saltones y lacrimosos, era el primer pretendiente que la quería por lo que verdaderamente era: un Hada.
Tampoco es que Azul hubiese tenido muchos novios con anterioridad (tan sólo su vecino Jack), ni demasiada gente que se interesara por ella, quitando al Lobo feroz y a otros clientes igualmente desagradables del bar; así pues, no es de extrañar que el que alguien se enamorara de "Zafiro" porque la creyese un Hada –y no un mero aspirante– era una absoluta novedad, y lo más parecido al amor verdadero que había experimentado jamás. “¡Cuánta razón tenía Rubí, que se decidió a ser un Hada para poder sentirse amada! Y también Esmeralda, que afirmaba que sólo se podía querer con sinceridad a los demás si antes se estaba en armonía con una misma”.
Que no sirva de excusa para Azul –pues lo que estaba haciendo no tenía perdón del Supremo Autor–, pero las cosas con Sapito fueron turbias desde el principio. A la Cenicero le hizo gracia presentarle ante su novio como Hada y no como candidata, aprovechando que ese mismo día acababa de estrenar sus alas. Zafiro tampoco se preocupó por desmentir el engaño más adelante, pues se dejó llevar por la fascinación que despertaba en el chico –quien cada vez se mostraba más cariñoso y atento con ella, y se quedaba embobado mirándole las alas (a veces de forma un tanto indiscreta).
Azul había meditado mucho al respecto. Sabía que lo mejor sería confesarle a Sapito que no era tan feérica como él creía, y que le sería imposible cumplir su ardiente deseo… Pero una noche más, no se veía con fuerzas suficientes; no cuando faltaban tan pocos días para la operación, ni sintiéndose débil después del encuentro con la chica de pelo rosa. Necesitaba cariño y amor, aunque vinieran de alguien que nada sabía sobre la intervención de reasignación de especie, y cuyo afecto, por tanto, no sería del todo sincero. Debía buscar una forma de zanjar la truculenta historia con el novio de su mejor amiga sin que el encantamiento se rompiera, y la descubriera como un farsante ante la única persona que le quería por lo que era en esencia.
–Sapito, no puedo darte lo que me pides. Tú eres el novio de la Ceni, y ella confía en mí como su amiga. Yo no sería capaz estar contigo sin sentirme culpable…
–Hablaré con la Ceni y terminaré nuestra relación, si eso es lo que deseas.
–¡No! Es decir; sí, deberías sincerarte, pero no por el momento ni porque yo te lo pida. Además, el que lo hagas no significa que yo vaya a estar contigo en un futuro próximo... ¡Soy su mejor amiga y su Hada madrina, no puedo hacerle algo así!
–Entonces dime qué debo hacer para tenerte, porque me siento a punto de morir cada vez que me rechazas, y cada vez que descubro que nada de lo que hago es suficiente.
–No lo sé, Sapito. Dame tiempo, por favor.
–¿Tiempo, Zafiro? No como ni duermo desde hace días…
–Yo tampoco…
–Siento una angustia terrible en el pecho, y dentro, un vacío que me consume.
–¡Sí, yo también!
–¿Tú me quieres, Zafiro?
–¡¿Cómo?!
Azul se puso en pie de un salto, y las alas mecánicas se balancearon torpemente hasta que retomaron un aleteo más pausado y sincronizado. Sapito también se levantó del banco, cogió a su amada de las manos y la forzó a mirarle directamente a los ojos.
–¿Me quieres?
–No preguntes eso, por favor.
–¡Mírame! Sí, claro que me quieres… De lo contrario, no estarías aquí conmigo, aunque fuese sólo durante cinco minutos. El tiempo justo para un beso, por cierto.
–No seas pesado, anda; suéltame.
–¡Sólo un beso, por favor! No estoy forzándote a que cumplas mi deseo: hoy tan sólo te pido que me dejes probar tus labios…
–¡Qué no, y te he dicho que me dejes!
El chico cerró los ojos y acercó su boca a la de Zafiro, pero ésta consiguió liberarse y darle un bofetón tan fuerte que le quitó la capucha de la cabeza. El chico se llevó la mano a la mejilla adolorida, sorprendido por la fuerza de aquella Hada, y respondió con otra bofetada que casi hace le arranca la peluca a Azul.
–¿Cómo te atreves…? –Los dos dijeron a un tiempo la misma frase.
Aquello no podía estar más alejado de la idea que ambos tenían sobre lo que debía ser un beso romántico, pero también era lo más parecido que habían intercambiado hasta la fecha. El primer roce de sus pieles, el primer picor que demandaba alivio. El Hada acarició la marca del manotazo en su rostro como quien se lleva los dedos a los labios después de recibir un beso apasionado. Sapito notó que se le agitaba la respiración y se le aceleraba el pulso, mientras le seguía latiendo en la cara el dolor del bofetón que su amada le había propinado.
Así que se dieron otro. Zafiro le devolvió el golpe y el chico hizo lo mismo. Ambos sintieron el cosquilleo en la palma de la mano y repitieron. Otra vez. Y otra.
La gente que cenaba tranquilamente en las terrazas, así como los que sólo paseaban junto al Río, se detuvieron para ver aquella extraña pelea, e incluso hubo quien se puso en pie y dejó que la comida se le enfriara en la mesa. Nadie se atrevía a interrumpirles, viendo cómo el Hada –pese a su aspecto frágil y demacrado– propinaba buenos guantazos a su agresor y no se movía del sitio, esperando a recibir el siguiente.
Pronto la pelea comenzó a ir a más, y esta vez Azul sí retrocedió tras un cachete, perdiendo el equilibrio y cayendo al río que fluía detrás. Afortunadamente, aterrizó sobre una de las barcas de remos que solían alquilarse de día para pasear; desató las amarras sin perder un segundo y comenzó a remar. Sapito bajó al lecho del Río de un salto, cayó sobre otra de las barcas y se lanzó a la persecución de su contrincante.
No tardaron en llegar hasta el Puente del Rey, donde el padre de Sinclair tenía su restaurante. El Hada trepó a través de uno de los pilares que se hundía en el lecho del Río mientras la barca seguía sola por debajo del puente. Sapito hizo lo mismo, y de pronto se encontraron los dos en medio de la terraza del local, propinándose una nueva tanda de bofetadas. Zafiro quiso desquitarse de aquella que la lanzó a la barca y cerró el puño para su siguiente golpe; derribó al chico sobre una de las mesas y lo aderezó con comida de arriba a abajo. Sapito rebotó como un muelle y se lanzó sobre ella, precipitándose juntos al otro lado del puente y amerizando de nuevo sobre una de las barcas.
Allí continuó la discusión, mientras los comensales del restaurante se asomaban para ver qué había sido de aquellos dos extraños luchadores, y el padre de Sinclair les gritaba que llamaría a la Guardia Real si les veía pasar de nuevo por allí. Por un instante, a los que presenciaban la contienda les pareció ver cómo el Hada y el chico sonreían..., tendidos en la barca, primero, y luego entre las veloces cachetadas.
A Zafiro ya le ardían las manos y le fallaban los brazos, y Sapito tenía la cara tan hinchada que parecía a punto de croar. La batalla crecía en dolor, placer e intensidad, y quién sabe cómo habría acabado de no ser porque los dos se vieron a punto de perder el balance mientras navegaban a la deriva. Todo pasó muy rápidamente: la barca se agitó, los pugilistas se apoyaron el uno en el otro, se abrazaron y finalmente se besaron.
La gente que seguía el espectáculo desde la orilla y el puente aplaudió la escena, iluminada por la luz de la luna llena y de las farolas. Aquello sí se parecía más al consenso sobre lo que debe ser un beso apasionado, aunque la hinchazón de los mofletes apenas dejaba que los labios de la pareja se tocaran.
–Basta ya, Sapito, tengo que regresar al bar.
–Por favor, un poco más…
El beso se prolongó unos instantes, hasta que cesaron los silbidos y aplausos. Regresaron remando hasta un pequeño embarcadero del Paseo del Río, donde la multitud les esperaba con curiosidad. Sapito se cubrió de nuevo con la capucha verde y cogió de la mano al Hada, aunque a los dos les dolían terriblemente los dedos.
–¿Podemos volver a vernos mañana? Aquí, a la misma hora…
–No lo sé. Ya veremos –respondió ella.
Pero el rostro de Zafiro no podía disimular su sonrisa que sus palabras intentaban ocultar. Le dio al chico un beso de despedida y salió corriendo en dirección a la calle del Mercado Central y más allá, al Caldero sucio que esperaba a ser fregado. La muchedumbre se dispersó por fin, y sólo quedó una persona oculta tras las sombras que persisten entre farola y farola durante la madrugada. Alguien sabía ahora que Azul se había despedido con un beso no de un sapo, sino de un gallardo Príncipe.
Rosa apretó los puños y se mordió los labios, pero no lloró. Quería salir de su escondite y encarar a Iván en medio de la calle. Darle una paliza que le hiciera perder el sentido. Descubrirle el rostro y llamar de nuevo a todos, para que viesen al futuro Rey disfrazado de pordiosero, recorriendo la ciudad en busca de sobras de afecto y engañándola no sólo a ella y a la Cenicero, sino quién sabe a cuántas chicas más.
Pero consiguió reprimir el impulso destructivo y permaneció al acecho, sintiendo la misma emoción que experimentan los cazadores justo antes de dispararle a sus presas. “¡Así que mi novio, el Príncipe Iván, es a su vez Sapito: amante de Azul y novio de la Cenicero! Lo peor es que ni siquiera puedo sentir celos de la Camarera: a fin de cuentas, está tan engañada como yo…, o incluso más, porque aún cree en su disfraz”.
Iván, que no se sabía observado, se sentó en el banco tras el que estaba escondida Rosa (uno bien resguardado de la luz indiscreta). Sacó su teléfono móvil, hizo una llamada y esperó. Rosa lo habría tenido muy fácil si hubiera querido asestarle un fuerte golpe en la cabeza, arrastrarle hasta el Río y desquitarse así de haber sido su coartada para escapar de Grimm cuando le venía en gana. Sin embargo, recordó a su buen amigo Sinclair –que había intentado advertirle de esto– y lo imaginó diciendo “¡No cuentes conmigo para asesinar a un futuro Rey y arrojar su cadáver al agua!”, así que contuvo su rabia y se concentró en escuchar la conversación telefónica.
–¡Príncipe Igor! ¿Acaso dormía ya Su Alteza?
Mierda, Iván, ¿qué hora es?
–Da igual, te llamo por algo importante: debes saber que perderás la apuesta. Estoy seguro de que en menos de una semana lo habré hecho también con un Hada…
¿Cómo dices?
–Lo que oyes, y ya sabes lo que cuentan sobre los polvos de Hadas: ¡que te hacen sentir como si pudieras volar!
Eso es sólo una leyenda urbana. No conozco a nadie que haya estado con una.
–Pues yo seré el primero, y creo que eso supera ampliamente a hacerlo con una Ilegal en cuanto a morbo, riesgo y dificultad. Si una chica normal valía un punto, y acordamos que una Ilegal sumaría tres, un Hada debe valer al menos cinco puntos-
Demonios… De todas formas, aún no lo has conseguido, así que aún tengo posibilidades de ganarte. Además, ¡quiero ver pruebas si es que llegas a acostarte con ella! ¡Sin algo que lo demuestre, no sumarás nada!
–Descuida: mi móvil tiene cámara. Tú ve preparando el premio que merece mi hazaña. Treinta y ocho puntos… ¡Cómo voy a disfrutar el próximo verano, cuando vaya con papi y mami en su yate y pueda escaparme a mi antojo en jet ski!
El Príncipe Igor colgó la llamada e Iván estuvo riéndose a carcajadas un rato. Luego se levantó y cogió un taxi rumbo a Grimm, o a alguna parada intermedia que le permitiese aprovechar al máximo las últimas horas que quedaban antes del amanecer.
Rosa salió de su escondite, se quitó el feo camisón que había robado en la Travesía del Arcoíris y se limpió las medias y la falda. No tardó en comenzar a caminar en dirección a la Academia, pues ella sí necesitaba regresar antes de que saliera el sol y los Monitores iniciaran su vigilancia diaria, en busca de alumnos que atentasen contra el Manual y que no tuvieran un salvoconducto por ser parte de la Familia Real.
“¡Cuántas cosas he descubierto esta noche! De todo menos mi signo, como viene siendo habitual. Pero el destino quiso que me demorara en volver a Grimm, y que me sentase a lamentar mi suerte en el lugar preciso para descubrirlo todo”. Rosa reformó la realidad a su antojo: jamás admitiría que se dedicó a vagar por la calle del Mercado Central y por el Paseo del Río después del decepcionante encuentro con el chico-Hada, con la esperanza de cruzarse con Sinclair y que éste la invitara otra vez a su casa.
“Así que Azul piensa que Sapito es un fan enamorado de su disfraz de Hada, cuyo único defecto es ser el novio de su mejor amiga… E Iván no sabe que Zafiro es en realidad un chico, y que no será otra cosa hasta después de su operación. ¡Ambos están engañados! ¡Se merecen el uno al otro!”.
“Pero las cosas no van a quedar así, y juro por el Supremo Autor que esta historia no tendrá un final feliz. Azul pagará por haberme hecho creer que podía decirme mi signo y mi profesión, e Iván maldecirá la hora en que se fijó en mí como excusa para hacer de las suyas y ganar el concurso del Príncipe más promiscuo”.
“Tengo una semana antes de la fiesta en Palacio, del último espectáculo de las Hadas y de la operación. Siete días para arruinarle la vida a mis enemigos y hacer que se sientan miserables”. Rosa caminó deprisa, mascullando y dejando que fluyese en ella el rencor, la rabia y la maldad reprimidas desde hacía tiempo. Aquella excursión a la Travesía del Arcoíris había abierto un portal a través del cual se coló de vuelta la diabólica Ricitos, mucho más malvada y loca de lo que nadie recordaba…, ni siquiera Pushkin, que en ese preciso momento se despertó sobresaltado en su despacho, después echarse una breve siesta y de soñar con un incendio que lo arrasaba todo hasta los cimientos.

Comentarios

Emily_Stratos ha dicho que…
Que psicópata se pone Rosa a ratos.
Me gustaría que Iván pasara por un susto grande antes que Azul se transforme ¬¬
¿Será concedido mi deseo? jaja
Mi teoría estaba bien, se trataba del príncipe.
Galileo Campanella ha dicho que…
¡Bien, me alegra de que dieras en el clavo! Y no te equivocas en que el Príncipe se merece un susto..., pero quizás sea distinto al que imaginas...
Ana ha dicho que…
odio a Azul, y me encanta esta cara de Rosa. el Hada buena termino siendo una amiga de mierda y Rosa la que no rompia ni un plato termino siendo malvada. La unica q sigue su camino es la Ceni. I <3 Ceni