Capítulo XXVI (sexta parte)


–¿Que has hecho qué?
–Céfiro, cálmate… –Aurora se interpuso entre sus dos hijas, que estaban a punto de protagonizar su primera pelea como hermanas.
–¡Ya he dicho que lo siento! Además, no es el momento de discutir sino de actuar. Necesitamos una coartada para ti y tus amigas, si sobreviven al rapto de Iván…
Azul se llevó las manos a la cabeza, ¡tanta información estaba a punto de hacérsela estallar! Ahora resultaba que Sapito era nada más y nada menos que el Príncipe Iván, y que las dos Hadas (más la Cenicero, disfrazada de Zafiro) lo habían secuestrado para darle una lección, sin saber que éste tenía sangre azul y que estaban cometiendo un delito contra el único heredero de la Casa Real. “¡Tendría que haberlo intuido! La primera impresión que tuve de él fue que no era de fiar, y aún así me dejé engañar...”.
Por si fuera poco, su recién descubierta hermana pequeña también fue novia de Sapito; además, mintió sobre el alta hospitalaria de Bella, engañó a Geppetto sobre la adopción del niño evenki, y propició que anulase la operación prevista para mañana.
–¡Azul, reacciona! ¿Acaso no me oyes? Tienes que actuar junto a las otras dos Hadas, ¡es la única solución! Si la Guardia Real descubre este sitio, el público dirá que asistió al espectáculo de Rubí, Zafiro y Esmeralda y testificarán a vuestro favor. ¡Al menos no os acusarán de haber secuestrado a Iván!
–¿Y de dónde saco yo un Hada roja y una verde, cuando sólo faltan cinco minutos para las doce?
–No lo sé… ¿Conoces a alguien que se sepa tu repertorio?
–¡Ninguno de tus compañeros de instituto, desde luego! Mi club de fans aún no se ha presentado, y Pushkin está en medio de una crisis de ansiedad…
–Piensa, ¿quién más puede sustituir a las Hadas?
–¿Tú?
–¡Si apenas sé cantar el himno de Grimm!
–¿Hansel y Gretel?
–¿Pasarían por dos Hadas de metro noventa y metro setenta?
–¿Papá y mamá…?
–Yo afeitaré a Astreo; tú busca algún vestido donde entre Aurora.
Rosa corrió al despacho de Pushkin y llamó a la puerta. El Tabernero la entreabrió, haciendo acopio de su exigua valentía, con la intención de comprobar primero quién era y de no dejar pasar a ningún menor de edad a su madriguera.
–¡Abre la puerta, es una emergencia!
–¿Qu… quién es?
–¡Ábreme ya! –bramó Rosa, tirando del picaporte con todas sus fuerzas.
–¡No! En serio, ¿quién eres, y qué buscas? –La voz del oso, aunque afectada y temerosa, seguía siendo tan ronca y grave como siempre. La chica la reconoció al instante, y decidió aprovecharse de su mala fama (tan bien merecida, por cierto).
–Soy Ricitos, y vengo a por ti… –susurró en un tono espectral y desquiciante.
Pushkin se desmayó en el acto, dando vía libre a Rosa para entrar en su despacho y llevarse a regañadientes a Astreo, aferrado como estaba a la botella de hidromiel que compartió con su amigo hirsuto.
–¿Quién eres? – le preguntó el Astrólogo entre aturdido y soñoliento.
–Tu hija, ¿es que ya no lo recuerdas? Aunque no te culpo: yo también preferiría seguir sin saber quién soy –Rosa le condujo a rastras desde la silla del escritorio hasta la puerta del despacho, procurando que no tropezase con el voluminoso escombro que era el oso desmayado en mitad de la habitación.
–¿Sabes qué? Ese tal Pushkin es majo, pero creo que sus gustos son un tanto peculiares… –Astreo parecía sentirse bastante desinhibido, aunque quizás no lo suficiente como para convencerle de subirse a un escenario travestido de Hada.
–Brillante deducción, abuelo, ¿qué te ha hecho descubrirlo? ¿La fotografía en la que se le ve compartiendo casa con otros dos señores, quizás?
–Pues sí… –Astreo tenía ahora un ataque de hipo, ideal para añadir percusión al número musical.
–Tal vez te interese saber que cualquiera de esos tres osos habría sido mejor padre que tú si les hubiese dado la oportunidad. Es más, Pushkin arriesgó su propia vida para evitar que yo muriera en un incendio, ¡así que no te atrevas a criticarle!
Rosa se encerró en el baño con Astreo y le rasuró mientras el hombre lloraba desconsolado. Ella misma se sorprendió derramando alguna lágrima por sus padres adoptivos, ahora que comprendía lo injusta que había sido con ellos y lo mucho que les había hecho sufrir, esperando que su verdadero progenitor fuese un dechado de virtudes. En la Academia Grimmoire le habían metido tantas ideas estúpidas en la cabeza, tantos prejuicios y anhelos de una "familia normal", de una Carta Astral y de una vida lo más estandarizada posible, que no había sabido reconocer a tres padres en potencia cuando los tuvo delante de sus narices.

En el camerino, Azul y su Madre se maquillaban delante del espejo. A Aurora le había sentado como un guante uno de los vestidos más holgados de Rubí, y para Astreo habían conseguido uno de Esmeralda, que le serviría siempre y cuando lo rellenaran allí donde debería tener curvas. Por desgracia, en la colección de pelucas de El Caldero de Oro no encontraron ninguna rubia; sólo negras y castañas para las dos Hadas suplentes. Zafiro se vería obligada a salir al escenario con su pelo corto y azul.
Rosa no tardó en llegar al camerino con el Astrólogo recién afeitado. Tuvieron que poner empeño entre las tres para vestirle, pues el hombre no paraba de gimotear y de pedir perdón a su hija, completamente ajeno a su desnudez, y sólo se calmó cuando la chica le sostuvo la mano. Rosa le distrajo para que no viera en el espejo la transformación que se operaba en él, y que debía convertirle en Hada en cuestión de minutos.
–Escucha –le dijo Azul a la chica–: los clientes comenzarán a llegar en unos minutos. Sal a recibirlos, abre el telón, enciende las luces y la pantalla de la fachada. ¡Y por lo que más quieras, ¡no permitas que el Tabernero vea este desastre!
–Descuida, no dará problemas. Está durmiendo plácidamente en su despacho, y he cerrado la puerta con la llave que estaba en la cerradura. Así la Guardia Real no encontrará ni la imprenta, ni la emisora de radio sin licencia que esconde allí –Rosa le mostró la llave al chico-Hada, orgullosa de su iniciativa.
–¡Bien pensado! Aunque sigue habiendo un rótulo de El Caldero de Oro FM en la puerta...
Azul se dio cuenta al instante de que hacía un excelente equipo con su recién descubierta hermana, pero no tuvo tiempo para más reflexiones ni sentimentalismos. Zarandeó a su Padre, intentando mantenerle despierto a pesar de la borrachera, y habló así a sus nuevas compañeras de reparto:
–Escuchadme bien, tenemos que cantar algo que nos sepamos los tres. De pequeño os martirizaba tarareando todo el día, así que quizás recordéis alguna tonada.
–La verdad es que no me acuerdo de ninguna de las modernillas –dijo Aurora, que en cuestión de gustos musicales era más bien clásica.
–¿Y tú, papá? ¿Alguna sugerencia?
–¿Qué os parece si nos dejamos de enfados y nos damos un abrazo…? –Astreo se puso en pie, tambaleándose y sin prestar la menor atención a las palabras de Céfiro. Ya se le había pasado la congoja; ahora estaba en una siguiente fase del mareo, que le llenaba de afecto y ternura hacia los demás.
–Ahora no, ¡quita, que me arrugas el vestido! Pero gracias por darme una idea…

Comentarios

Emily_Stratos ha dicho que…
Que sentimental me encuentro. La chica al fin entendió a esos pobres osos T_T

Escribes muy lindo, ¿sabes? Tanto como que acabo de derramar un par de lágrimas.

Como fan, que me considero ya, espero que lo hayas terminado bien o te llegará mi carta de quejas ¬¬
hahaha
Galileo Campanella ha dicho que…
¡Muchas, muchísimas gracias, Rina! Este capítulo también es muy importante para mí, y recuerdo haberlo escrito con el corazón encogido. Ahora me toca esmerarme con el final... ¿Sabías que vuestros comentarios me están sirviendo para afinarlo, retocarlo y dejarlo tal y como siempre debió ser?